Un Potrillo en San Isidro

Un Potrillo en San Isidro

Por: Andrea Domínguez

La cita es a las 22:30 horas. Es una noche lluviosa y fría y después de haber trabajado el día entero, siento los ojos pesados y unas inmensas ganas de quedarme en casa, tomar un chocolate caliente y acurrucarme en la cama a ver películas de amor.

Se enciende la pantalla del celular que está colocado en el buró, me llevo una grata sorpresa al ver que acabo de recibir un mensaje de mi novio, me pregunta a qué hora nos vamos a ver; acordamos que las 20:30 horas sería el momento ideal, ya que nos daría la oportunidad de ir a cenar algo para aguantar la larga noche que nos esperaba.

Miro por la ventana y parece que no parará de llover, me dirijo al clóset y buscó el outfit ideal para el clima y para el evento, recorro los ganchos y las gavetas y al final decido que una simple playera morada deslavada de manga larga, unos leggings negros y unas botas color camel son la opción más cómoda; siendo sincera, no tengo muchas ganas de “producirme” mucho.

Lo que si considero importante, es maquillarme para ocultar la cara de cansancio que vengo arrastrando durante toda la semana. Arreglo un poco mi cabello, esperanzada en que el clima y la humedad no me jueguen una broma y me hagan parecer un león.

Me siento en el borde de la cama mientras llevo a cabo estas actividades, desbloqueo el celular y abro Spotify, hay que empezar a amenizar la noche con música, decido que estoy en un mood de escuchar banda, sí, a todos les sorprenden mis gustos musicales, y no necesariamente en el buen sentido de la palabra. Suena mi “canción trauma” de la semana: “En la Sierra y en la Ciudad” de la Banda La Adictiva. Con las primera notas musicales, comienzo a bailar en mi lugar y a cantar.

El celular suena nuevamente, es mi novio, anunciando que ha llegado a mi casa y que me está esperando afuera. Tomo mi bolsa rápidamente y coloco adentro el monedero, el celular y por supuesto, los boletos. Corro al baño a lavarme los dientes mientras pienso que nunca puedo estar lista a tiempo.

Me dirijo a la sala de T.V. para despedirme de mis papás y escuchar un pequeño discurso de precauciones (el mismo de cada fin de semana), que vayamos con cuidado, que Alex no maneje rápido, que no lleguemos muy tarde y lo más importante para una mamá, que me tape bien. Les doy un beso a los dos y bajo apresurada las escaleras. Tomo las llaves que deje en la tarde sobre la chimenea para abrir la puerta.

¡Dejó de llover!, mientras presiono el botón para que se abra el portón, siento cosquillas en el estómago, no he visto en toda la semana a mi novio y me emociono de saber que estoy a punto de verlo. Salgo de la casa y ahí está él, esperándome con una sonrisa en la cara. Entro al coche y me abraza mientras me dice: No tienes idea de cómo de extrañé. Sonrío. Enciende el motor y nos dirigimos a cenar.

Después de una larga discusión sobre qué íbamos a cenar, decidimos que nos dirigiríamos a las famosas Costras del Classico; tengo que aceptar que cuando se trata de “garnachas”, somos los primeros en apuntarnos. Manejamos por la vialidad de Pino Suárez y damos vuelta en avenida Gobernadores. Y ahí está, al fondo de una calle sin salida, el pequeño puesto de comida que tanto antojo nos ha provocado.   

Salimos del carro y entramos el lugar, está lleno como de costumbre, pero aún alcanzamos una mesa. Se acerca “Don Johnny”, un señor pequeño y bonachón que se encarga de atender las mesas, saluda efusivamente a mi novio y nos toma la orden: “dos campechanas y dos al pastor”; en menos de cinco minutos tenemos aquellos manjares frente a nosotros. Se nos hace agua la boca al ver aquél queso derretido sobre la carne y una base de tortilla de harina. El vapor aún escapa del plato y solo es necesario sazonarlo con una generosa cantidad de limón.

Terminamos de cenar y es momento de dirigirnos a nuestro destino, la Feria de San Isidro, y aún mejor, el concierto de Alejandro Fernández, mejor conocido como: “El Potrillo”. Estoy muy emocionada, y cómo no estarlo si lo he esperado el último mes, desde que recibí los boletos como regalo de cumpleaños.

Llegamos al Recinto Ferial, lugar donde se llevará a cabo el evento. Los estacionamientos está a reventar, multitudes de personas caminan por las calles y cientos de policías tratan de dirigir el flujo de autos que por cierto se ha convertido en un total caos.

Por fin encontramos lugar para el auto y emprendemos camino hacia la feria, la noche sigue fría, muy fría. Nos encontramos con la taquilla y pagamos el derecho de entrada. Después de una revisión por parte de la seguridad del lugar, ingresamos por una carpa blanca, que seguía el diseño de un laberinto. Dicho lugar estaba dividido en dos partes, la primera, mostraba artesanías locales, las premiadas en el último certamen realizado en el mismo Metepec; hay distintas categorías, cazuelas, tarros pulqueros, árboles de la vida, sirenas y una sección especial dedicada a los niños que incursionan en este arte.

En la segunda parte se encontraban pequeños stands, los cuales brindaron la oportunidad a artesanos y comerciantes locales de vender sus productos; se encontraba de todo: soles y lunas de barro, collares, aretes, bolsas, comida, pulques de sabores, muebles y ropa.

Logramos salir de aquella vendimia y nos encontramos con un cielo despejado. Un camino lleno de puestos de comida abre paso a todos los visitantes. Hay antojitos para todos los gustos y paladares, por lo que no se hacen esperar: papas, jochos, hamburguesas, elotes, esquites, algodones de azúcar, gorditas, pizzas, etcétera.

Mientras caminamos hacia la entrada al Palenque, una melodía de aromas llaman nuestra atención, un puesto de pambazos recién hechos nos llama a lo lejos; nos miramos con cierta complicidad, nos reímos y decidimos que ha sido demasiado por el momento. Seguimos nuestro camino.

A lo lejos alcanzamos a ver decenas de juegos mecánicos alumbrando con sus infinitas luces la noche. Un teleférico cruza la feria y nos proponemos volver al día siguiente para subir. Estamos encantados con los niños pequeños que corren alrededor y aquel pequeño dispuesto a ganar un esponjoso conejo blanco a cambio de encestar unas pelotas.

Después de unos minutos más de caminata, por fin llegamos a la entrada del Palenque, sacamos los boletos y los entregamos; una vez más pasamos por una revisión de seguridad y entramos al lugar. ¡Está llenísimo!, gritamos los dos, apresuradamente volteábamos a todos lados tratando de encontrar dos lugares vacíos, ¡al fin!, un pequeño espacio brillaba entre el tumulto de personas; nos acercamos y nos plantamos en ese lugar.

Un mesero se nos acerca y nos ofrece una hoja amarilla, es la carta de bebidas; nos volteamos a ver, comentamos que lo más sensato es pedir un par de cervezas, pero algo en el ambiente y en el momento nos hizo cambiar de decisión; una botella de tequila, por favor, le indicamos al simpático señor que corrió a la barra por el pedido.

Tras unos minutos, el ágil mesero, que se vio en la necesidad de caminar sobre las personas para llegar con nosotros, regresó; nos entregó el pedido y siguió con su trabajo.

A la par de una copa, ameniza en el centro del escenario un simpático y regordete comediante e imitador; el cual se encarga de entretener al público. Pero para su desgracia, el reloj marca la medianoche y con esto se desborda una ola de abucheos y gritos que ruegan que la estrella de la noche, el Señor Alejandro Fernández, salga a escena.

Tras calmar al enfurecido público, se nos indica que a la 1:00 a.m. por fin veremos al cantante, lo cual calma los ánimos; únicamente faltan 15 minutos. Mientras tanto, en las pantallas centrales se está proyectando una serie de vídeos, lo cual entretiene a todos.

Dada la hora prometida, el mariachi y los músicos salen al escenario, nos estamos volviendo locos, los gritos (principalmente de mujeres) atiborran el ambiente, todos nos ponemos de pie… las luces apuntan hacia un pequeño túnel debajo de la zona preferente y el tan esperado “Potrillo” camina hacia el centro del Palenque, vestido con su típico traje de charro negro con detalles blancos, mientras comienza a cantar Como quien pierde una estrella. El lugar entero coreamos la canción y así comienza el concierto.

Que seas muy feliz, Nube viajera, Tantita pena, Loco, Mátalas, Amanecí entre tus brazos, Canta corazón, El Rey, No lo beses y Hoy tengo ganas de ti; son algunos de los temas que ha cantado a lo largo de la noche, y cada una de estas canciones es coreada, aplaudida y bailada por el público entero.

Son las 2:30 a.m. y seguimos cantando y disfrutando. Una pareja de nuestra edad, que está sentada a nuestro lado izquierdo, se convierte en nuestra amiga. Juntos seguimos la fiesta. En este momento, nos está dando un poco de hambre, afortunadamente una señora pasa frente a nosotros vendiendo papas, le gritamos tratando de que nos escuche y ¡lo logramos!, nos lanza literalmente el paquete y le hacemos llegar el dinero entre las personas. Aquellas frituras nos saben a gloria.

Pasa una hora más y Alejandro sigue cantando, no se cansa, no reposa, su voz sigue intacta y sus ánimos están por los cielos, y cómo no estarlo si el público entero se le ha entregado a lo largo de todas estas horas. Pero nosotros hemos tenido suficiente, el sueño nos está comenzando a atacar en forma de bostezos y nuestros papás probablemente se comenzaran a preocupar, por lo que decidimos que es momento de salir, claro sin antes hacer una obligada “parada técnica”.

Nos despedimos de nuestros nuevos amigos, los cuales probablemente nos volveremos a ver, y nos dirigimos hacia la puerta de salida. No somos los únicos que han tomado la decisión de retirarse, el Palenque de comienza a vaciar.

Mientras nos dirigimos al estacionamiento, vemos colocada en un muro, una manta que anuncia los artistas que participarán próximamente en el Palenque, entre los cuales están: La Banda MS, La Trakalosa de Monterrey, Ha-Ash, Alejandra Guzmán, Gloria Trevi y como estrella principal y el encargado de cerrar los festejos de la feria, Julión Álvarez. Nos emocionamos al ver quien cerrará el evento, pero inmediatamente nos decepcionamos al darnos cuenta que se presentará  el 17 de mayo, domingo; es prácticamente imposible que podamos asistir. Claro está, que esto no nos desanima.

Nos enteramos también, que la feria cuenta con un programa música en El Teatro del Pueblo, en el cual actuarán, por precios mucho menores: Teo Gonzáles, Los Primos MX, Show de Platanito, Gomita, Lapizito y Lapizín, La Sonora Dinamita, Guerra de chistes, Panteón Rococó, Grupo Kual, Los Recoditos, El Bebeto, Lucy Rodríguez, La Sonora Santanera, un Show de Dj’s, Nana Pacha y La Banda Pequeños Musical, entre otros.

Después de enterarnos de toda esta información, seguimos nuestro camino mientras platicamos a quien valdría la pena ir a ver en los siguientes días. Nos proponemos volver el fin de semana siguiente y esta vez acompañados de nuestros amigos.

Mientras seguíamos con la plática rumbo al carro, nos encontramos con un sencillo puesto de gorditas de nata, el cual emana un delicioso y reconfortante aroma dada la hora; nos acercamos a comprar una orden y ahora si, es momento de ir a casa.

Subimos al auto y tomamos camino, las calles están casi vacías, claro que era de esperarse dado que el reloj ya marca las 4:00 a.m. Prendemos el estéreo y decidimos escuchar algunas canciones de banda; debo confesar que somos grandes fanáticos de este género musical, sí, nuestro gran pecado.

Llegamos a nuestro destino y mi novio abre mi puerta, todo un caballero como debe de ser. Saco las llaves y abro el portón, “ha sido una noche increíble”, me dice al oído mientras me abraza; me besa, sube a su auto y se va… En efecto, ha sido una noche espectacular... 

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